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sábado, 11 de abril de 2020

Nuestros Héroes


   Caminar por los pasillos atestados, respirar un aire al que temes, pasar tus manos enguantadas por todas los lugares mientras un olor a lejía y desinfectante colapsa tu olfato. Empujo el carro con toda la fuerza que puedo, maniobrando para no chocar con ninguna de las personas que se ven relegadas a las nuevas zonas habilitadas de manera urgente, es decir: cualquiera.
La llamada no tardó en producirse al poco tiempo de estallar la crisis. Con apenas dinero para pasar el mes, y más de dos familiares a su cargo, no había otra solución que coger aquel trabajo que parecía tan peligroso debido a la gran exposición. Lo que no se imaginaba era que todo era mucho peor de lo que pensaba; no en cuanto a los problemas que pudiera desarrollar en su salud física, sino en su salud mental.
   A cada día que pasaba los problemas en el hospital aumentaban debido al exceso de pacientes, y a consecuencia, todo tenía que tener un estricto control de limpieza. Con las altas probabilidades de contagio que había allí, no podían dejar pasar ni un trozo de pared. Además debían ir con mucha cautela, lo que suponía utilizar de manera adecuada los materiales de precaución que se les proporciona a todas las personas que trabajaban el hospital.
   Pero… ¿Y si el material es escaso? ¿Y si los recursos se agotan debido a la gran demanda? Ah, entonces todo cambia. El trabajo que creías peligroso se convierte en prácticamente una zona de guerra bacteriológica donde el riesgo de contagiarte y, por ende, contagiar a los demás, es muy alto, demasiado.
   El carro se desliza sobre el pavimento que queda libre entre tanta gente. La mascarilla me pica y no tengo el valor para llevarme la mano a la cara. Mi madre está ya muy mayor y no quiero ponerla en riesgo. Por eso no he tenido contacto con ella desde que comencé aquí. Como me gustaría abrazarla.
   Un sonido del que, por fuerza, ha aprendido a sentir miedo, aparece a su izquierda. Un hombre con una tos dura, tumbado en una camilla y con lo que al parecer es una ayuda para que respire. Acelero con el carro mientras me siento al mismo tiempo mala persona y con miedo
   Los problemas parecen aumentar según las luces vuelven después de una noche de sueño complicado. No podía dejar de pensar en todos aquellos cuyo dolor se agrava debido a la separación, porque ha visto mucho, quizás demasiado.
   No puedo imaginar lo que verán ellos.
   Aquellas personas que a pesar de arriesgar incluso más que ella, seguían queriendo salvar a los demás. Incluso recibiendo un mal trato durante tantos años desde las instituciones como a veces de la misma gente a la que cuidaban.
   Tantos años pidiendo ayuda y medios, y ahora que la vida les da la razón, no reclaman ni piden nada a cambio, solo siguen ayudando; física y mentalmente.
   Porque a veces el dolor más grave no llegaba de la enfermedad cuyo cuerpo sufre. Procede del dolor psicológico que la separación produce, dejándote solo o sola ante el mayor reto que separaba al ser humano del resto de vidas: comprender y sufrir la muerte.
   ¿Si yo sufro con solo ver desde fuera estos problemas, que no padecerán los que están en primera línea? Tanto sanitarios, familiares y miles de personas más que con la cuarentena han visto como esa gran pirámide que conformaba el sistema se venía abajo, como si quitándole un solo bloque de su base todo se viniera abajo.
   Esto acaba de empezar, y nada en el futuro será como hace unos pocos meses; y si lo es, no creo que haya futuro posible. Mis pasos se detienen al llegar a un pasillo. Algunas voces apresuradas dan órdenes mientras se escuchan las ruedas de una de las camas aproximándose rápidamente. Por delante de ella pasa una muchacha, entubada y con los ojos cerrados. Los sanitarios la escoltan.
   Espero que se salve, piensa mientras los ve alejarse. Cuando sus cuerpos han desaparecido y sus voces solo son un rastro de algo antiguo, continua empujando el carro. Si al menos puedo evitar otro caso con mi trabajo, lo debo hacer.
   ¿Pero qué busca? No hay mucha remuneración por ese trabajo, ni gloria, ni nada que pueda darle algo de sustento para continuar una vida tranquila y sin más preocupación que la salud de sus allegados. ¿Qué es eso que provoca sus ganas de ayudar?
   El cansancio cada día es más acuciante, siento como mi cara se enrojece debido a la temperatura y mi garganta parece rasgarse cada vez que toso. Estoy aislada, sin prueba disponible, esperando. Un día estoy ayudando a salvar vidas, al otro están intentando salvar la mía.
   A veces luz, a veces oscuridad; siento como si mi cuerpo ya no fuera mío. La preocupación que siento por aquellos que quiero me sobrepasa, y sé que ellos sentirán lo mismo por mí.
   Oigo sus voces turbadas, moviéndose con rapidez a mi alrededor. Oigo algo así como un pitido de alarma que parece difuminarse mientras me desvanezco.
   ¿Podrán salvarme? Y aunque la respuesta sea la que nadie quiere, gracias.

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